En la oscuridad de Yecla se distinguen
cientos de miradas. Son gatos callejeros. Animales que nacieron para acumular
cariño, y que han quedado apartados bajo ruedas de coches o envenenados por
pueblerinos que no aceptan su presencia.
Algunos bajaron a nuestro instituto y
decidieron quedarse a vivir entre estudiantes y profesores, asegurándose una
casita de cartón y comida. Desde entonces, el "Azorín" tiene más
vida, y sus estudiantes aprenden cada vez más a convivir con el resto de seres
vivos.
Sin embargo, algo empezó a preocuparnos
hace cosa de un mes. Grissy, el gato
más simpático, el que parecía ser el jefe de la manada, el que siempre
merodeaba en busca de un rayo de sol para tumbarse, empezó a adelgazar rápido,
su cuerpo comenzó a llenarse de heridas, ya no quería comer, no se sentía
animado a moverse demasiado, estaba claro que padecía alguna enfermedad, nos
asustaba su situación. Así que nos pusimos manos a la obra.
El 19 de mayo contactamos con Spandy y,
tras varias llamadas y varios intentos de meter al peque en un transportín, el
22 de mayo logramos llevar al pequeño felino al veterinario. El parte médico
era esperanzador, negativo a los más temidos, la leucemia felina y el virus de
la inmunodeficiencia felina (VIF); pero tenía una otitis bastante grave (de ahí
las heridas de detrás de las orejas, probablemente autoinflingidas a base de
rascarse por el dolor de oídos…) y dio positivo a calicivirus. La infección
por calicivirus felino (FCV) suele provocar un cuadro moderado de gripe felina
que es una enfermedad muy frecuente y que puede ser crónica. Los síntomas
incluyen estornudos, descarga nasal, conjuntivitis, descarga ocular, pérdida de
apetito, fiebre y depresión. Pueden observarse también úlceras en las córneas y
también babeo excesivo por úlceras en la boca. Las aftas pueden hallarse en la
lengua, en el paladar o en la nariz, en el caso de nuestro Grissy (o Blanco como
fue rebautizado en Spandy), las tenía por toda la boca y eso le impedía comer. Las
formas más severas de la enfermedad pueden incluso llevar a la muerte y las
padecen los gatos más jóvenes, los más viejos y los inmunodeprimidos.
Como muestra de las ganas que teníamos de
tenerlo de nuevo con nosotros, colocamos unas huchas en las consejerías de los
dos edificios del instituto, para recaudar todo lo que pudiésemos y ayudar a
pagar sus gastos médicos; 177,45€ de cariño para el pequeño gato.
Blanco no lo ha pasado bien pero, un mes después, por fin ha vuelto al murmullo de adolescentes. Y, aunque nos alegramos enormemente de volver a verlo, nos encantaría encontrar una familia que lo cuidase tanto como se merece para que no vuelva a recaer. Porque, si siete vidas tuviesen los gatos, Blanco pasaría todas llenándonos de sonrisas con su simple presencia y esos ojazos azules que enamoran.
Noemí Castillo (Comisión AYA).